El próximo fin de semana la Sagrada Familia volverá a reclamar nuestra atención. Como cada año… y ya hace tantos! Las donaciones anuales se suceden y el templo crece. Hace más de 90 años que Maragall señalaba que en aquella parte de la ciudad pasaban cosas maravillosas. Continúan pasando: ahora en aquellas bóvedas inacabadas de la nave central a 65 metros de altura.
En el último año, pero- entre donación y donación-, ha sucedido una de aquellas cosas maravillosas, pero de las que no se repiten. No es una bóveda más, ni otra torre, ni un Subirachs que se suma a los otros… Es de otro tipo. Joan Castellar-Gassol, autor de, por ahora, el último libro de la inmensa bibliografía gaudiniana, lo explica con esta sencilla precisión: “En el verano de 1998 se hizo pública la decisión de iniciar el proceso de beatificación de Gaudí, por iniciativa del cardenal arzobispo de Barcelona Ricard M. Carles, con el acuerdo de todos los obispos catalanes.”
Como es lógico, no todo el mundo ha recibido ni ha podido recibir esta noticia del mismo modo, pero se trata de un hecho que enlaza magníficamente con la vida del arquitecto. Ha sido una novedad, y para muchos una sorpresa. Para alguno, tal vez hasta un tipo de molestia.
Gaudí murió el mismo día que Verdaguer y Tarradellas -24 años después y 62 antes, respectivamente-, y ahora más de 70 años después del olvido, empieza su proceso de beatificación. La santidad no se relaciona solo con las obras del arquitecto, ni son estas lo más importante en lo referente al proceso que empieza, pero no es muy extraño que, en este caso, la santidad que se postula sea la de un hombre que, con la Sagrada Familia, ideó un auténtico poema teológico en piedra. Esto vale conceptualmente y, también, como imagen, la clásica imagen barcelonesa de su gran templo.
De imágenes y de conceptos, pero, hay muchos y muy variados. Desde los Evangelios muy usados que se le encuentran en el bolsillo el día del accidente que le llevaría a la muerte, hasta la asistencia a la procesión del Corpus con el cirio en la mano…Desde el asceta que vive frugalmente en el estudio del templo, al hombre de oración abocado al misal y al breviario…Desde el liturgista que sigue Dom Guéranguer (“con aquellos 15 densos volúmenes”), al arquitecto que, desde los 50 años, renuncia a todos los encargos para dedicarse sólo a su obra siempre inacabada…Desde el moribundo que se niega a ser trasladado a una clínica privada, hasta el pobre de corazón que, con acentos proféticos, mucho antes ya había dicho sin que se lo preguntasen que “en caso de enfermar” iría “al hospital, que es la Santa Casa”.
En algunos textos biográficos de Gaudí se repite una forma de transformación mágica según la cual la religiosidad del arquitecto procedía de su identificación con el templo. Se dice en estas repeticiones, que, todo y unos antecedentes de poca o nula fe, la dedicación a la obra y una autentica integración en ella le llevaron por caminos de fe y piedad…Aún así, y en relación con los encuentros en el Café Pelai, base de todo tipo de habladurías, Castellar-Gassol precisa con gracia sobre aquel establecimiento “que su denominador común no era el anticlericalismo, aunque también estuviese representado, sino el catalanismo”. Como un instrumento del supuesto cambio de Gaudí, se señala, en calidad de aportación fundamental, la amistad con Martorell, un arquitecto veinte años mayor, que es quien habría conseguido encarrilar definitivamente al joven arquitecto…
Es necesario decir que, desde la perspectiva actual, estas precisiones son pura erudición. Desde la nuestra y desde la de hace muchos años, porque esta santidad que ahora se postula, mucha gente ya la pregonaba antes y después de la muerte del arquitecto. “¡Era un santo!” decía, invariablemente, mi madre siempre que se hablaba de él y, también invariablemente, medio se le entelaban los ojos, cuando añadía: “¡Que muerte pobrecito!” Pujols lo titulaba “arquitecto del catolicismo catalanista”. Y el doctor Trens escribía que “no hacía nada sin Dios, por qué vio con formidable intuición su misión y su responsabilidad”.
Desde esta santidad, como constructor del gran templo inacabado, del que era servidor permanente y seguro, Gaudí es un hombre popular. Aunque al principio, después del accidente no le identifican, su entierro es uno de los grandes entierros barceloneses. No fue – no podía serlo- comparable con los de Verdaguer o Guimerà, que le habían precedido en el siglo, pero se convirtió en un gran manifestación popular, rubricada en la misma Sagrada Familia, porque el arquitecto fue enterrado en la cripta que durante tanto tiempo ha servido- y sirve- de templo parroquial. Carles Cardó dedicó al acto un soneto al cual pertenecen estos veros sobre la gran obra del arquitecto: “Cada piedra toma sitio, basta o pulida, / brillante al sol o a los cimientos oscura, / simbolizando la plenitud futura/ de la Eterna ciudad de la otra vida”.
Los testimonios cualificados de amigos, colaboradores y discípulos son del todo claros respecto a este tema. Lejos quedan las bromitas de Domècech i Muntaner sobre supuestas amistades de Gaudí. Bergós, por ejemplo, recoge este pensamiento:” El amor a la verdad debe estar por encima de todo otro amor”. Y este otro: “La obra de la Sagrada Familia va lentamente, porque el Amo de esta obra no tiene prisa”. Esta es una frase digna de quien también dijo, en relación con su gran construcción: “Este templo lo acabará san José”. No podemos olvidar que nuestro santo es el hombre que, encontrándose en el Palau de la Música e invitado a firmar en el álbum de honor del Orfeón Catalán, escribe con toda naturalidad: “ En el cielo, todos seremos orfeonistas”.
Es significativo el trato respetuoso- deferente- que, en momentos diferentes, le otorgan eclesiásticos de la categoría del obispo Torras, del padre Casanovas o del ya nombrado doctor Trens. Como lo es que la Liga Espiritual de la Madre de Dios de Montserrat le encargase el proyecto de uno de los misterios del Rosario Monumental. Y que confiasen en el los obispos de Palma y de Astorga. Y los rectores de Sant Pacià de Barcelona y de Sant Fèlix de Alella… Merece una mención especial el trato con Enric d’Ossó, fundador de las Teresianas, que le ha precedido en el reconocimiento oficial de su ejemplaridad y que le confió los edificios de la calle Ganduxer.
El proceso de beatificación de Gaudí, entonces, es una novedad, pero no una sorpresa. Y la Sagrada Familia es una buena imagen porque es la obra de su vida. Y poco o mucho, su testamento, el testamento de un artista para quien “el hombre sin religión es un hombre falto de espiritualidad, un hombre mutilado”.
Josep Faulí
Escritor
AVUI, domingo 30 de mayo de 1999, página 25