Después de un cuarto de siglo trabajando como escultor en el Templo de la Sagrada Familia de Barcelona, completando la fachada del Nacimiento, proyectada por Antoni Gaudí, cada vez estoy más convencido de que era un gran hombre, entre los más grande de la historia de la humanidad, era como Leonardo Da Vinci, un adelantado a su tiempo.
La fachada del Nacimiento es Patrimonio de la Humanidad. Esta fachada iniciada por un arquitecto español, la terminó un escultor japonés. Esto es una muestra de que se trabaja con el corazón. El genial arquitecto catalán nunca obliga a seguir sus pasos, él muestra y nosotros elegimos. Mirando hacia donde miraba se puede diseñar como él.
Falleció en 1926, pero pienso que fue el primer hombre que entró en el siglo XXI. Ya sabía como vivir la humanidad de nuestro siglo.
Gaudí es futuro porque todavía enseña. Fue el primero en utilizar la fotografía para diseñar, además, convirtió a un enemigo del arquitecto como es la ley de la gravedad en un aliado. Ese fue uno de sus milagros.
Gaudí nunca acabó definitivamente sus obra, porque estaba constantemente perfeccionándola. El templo de la Sagrada Familia es casi un interminable trabajo. Cuando alguien le preguntaban cuando acabaría el Templo él siempre contestaba: “mi cliente no tiene prisa”.
Antoni Gaudí era un arquitecto, pero no en el sentido estricto de la arquitectura y la escultura: El quería construir un mundo mejor para la humanidad. Porque a través del arte - como en este Templo de la Sagrada Familia - encontró el camino hacia Dios y descubrió que la naturaleza, creada por Dios, es el gran libro, el gran ejemplar de todas las cosas que necesita la humanidad. Nosotros no inventamos, sino que todas las formas las encontramos en el gran libro de la naturaleza.
Gaudí, al proyectar el Templo, hizo un catecismo en piedra. A través de las piedras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia he encontrado el testimonio espiritual de Gaudí y me he convertido al catolicismo y he sido bautizado. Gaudí es mi maestro y mi compañero. Para mí, el trabajo no es sólo estudiar y admirar lo que Gaudí hizo, sino seguir el camino que caminaba Gaudí. Tengo que estar donde estaba Gaudí, ver lo que veía Gaudí y mirar como miraba Gaudí. Y intentar ir a donde Gaudí quería ir.
Quisiera compartir con Uds. una reflexión que surge como fruto de mí trabajo en el Templo de la Sagrada Familia de Barcelona.
“En el principio era el Verbo” (Jn. 1,1).
Así comienza el Evangelio según San Juan. El Verbo es la Palabra y nosotros, los hombres y mujeres de todos los tiempos, nos enriquecemos por la Palabra. Sobre esta idea he tratado de estudiar la obra de Gaudí, en la que me he integrado con mi trabajo profesional como escultor en el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona desde el año 1978.
Antoni Gaudí ideó, para esta obra arquitectónica, el ventanal de la nave central que en su parte exterior, en la zona superior del edificio, presenta frutos y, en la zona inferior, hojas. Habría que pensar qué llevó al genial arquitecto a actuar de esta forma para saber qué buscaba expresar
En su profundo estudio de la naturaleza, en su observación de la Creación, una vez más, había encontrado en los frutos y en las hojas una vía de catequesis y a la vez de expresión estética para hablarnos del valor de la Palabra de Dios y de cómo ésta acompaña la Historia de los hombres.
Los frutos reciben el alimento gracias a la luz del sol que llega a las hojas de cada planta. Sin las hojas y su función, nunca una planta llegaría a producir sus frutos. Todas las plantas necesitan la luz para alcanzar el fruto maduro. Así ocurre con nosotros, los hombres. Necesitamos la Palabra de Dios para madurar. Para nuestro desarrollo auténtico como personas, nos es imprescindible el alimento de la Palabra.
El simbolismo de Gaudí, a la hora de colocar los frutos en la parte superior de la nave y las hojas en la parte inferior, creo que da pie para una reflexión más profunda. Nuestro mundo tiene frutos y hojas. Cuando el alma humana madura, sube, asciende hacia Dios y ya no necesita las hojas. Por eso los frutos ocupan el nivel superior. Las hojas, los instrumentos que le han servido en la tierra para aumentarse en lo espiritual, quedan en el suelo, en la parte inferior del edificio, porque una vez que se está en contemplación del Dios Creador, del Sol que alimenta, ya no es necesaria la mediación de la palabra por la que se nos ha transmitido el mensaje.
La variedad de plantas con la que Gaudí quería adornar el Templo de la Sagrada Familia es, asimismo, reflejo del trabajo de Dios en la creación. Un Dios que en su amor infinito por sus criaturas se complace en la diversidad de formas. De ahí que también en este trabajo escultórico, cada pieza está compuesta de frutos y hojas de especies diferentes.
Me ayudó a hacer esta reflexión el hecho de que en japonés, mi lengua materna, “palabra” (kotoba) se escribe con dos símbolos que son decir y hoja. Un detalle más de cómo actúa Dios a través de nosotros, y de que manera somos sus instrumentos e hijos suyos, que me escogió a mí, un escultor japonés, para que todos pudiéramos gozar con el trabajo amoroso e inteligente de Antoni Gaudí.
Á este propósito me gustaría añadir una reflexión final. Siempre se considera la belleza de la obra gaudiniana como el perfeccionamiento de las cosas materiales a través del trabajo humano, en este caso del trabajo de un arquitecto. Quisiera añadir a esto que no sólo sé trata de un perfeccionamiento que va en una dirección. No sólo Gaudí hizo obras bellas, sino que en el acto de hacerlas fue creciendo también él en belleza de espíritu. Su trabajo, santificado y santificador, ofrecido para la gloria de Dios, se convirtió en alabanza al Creador, en oración. Al mismo tiempo, generó en el artista un crecimiento en las virtudes tanto cardinales como teologales, lo que sin duda nos hace creer hoy, en pleno siglo XXI, que nos encontramos ante un hombre santo, ejemplo para tantas personas que viven su vocación cristiana en medio del mundo. Dios hizo partícipe de su Belleza infinita a cada obra gaudiniana, pero al mismo tiempo su gracia perfeccionó a Antoni Gaudí, lo hizo bello a los ojos del Cielo y de toda la Humanidad. Es esta belleza propia de los santos la que nos llama a seguir su camino, ya que todo hombre, en su naturaleza, contiene esa llamada a la perfección, de la que la belleza es inherente. Encontramos hoy bella la obra de Gaudí y encontramos bella la biografía de este hombre, cuya trayectoria vital da muestras de mejoramiento a lo largo del tiempo, conforme se adentraba más en su trabajo. Se dice que Gaudí construía el templo más bello del mundo. Pero en realidad es al revés: la Iglesia le construía a él. La belleza más grande no es la del templo, es la del espíritu.
Quiero concluir indicando será un gran bien para toda la humanidad el reconocimiento de la Iglesia católica del ejercicio de la virtudes heroicas por parte del siervo de Dios Antonio Gaudí y más aún, sería una gracia inmensa en la sociedad de hoy, la beatificación del mismo.
Etsuro Sotoo (Diciembre 2007)